Desde que arrancó con “Búscame otra vez”, supimos que el viaje emocional iba en serio. No faltaron joyitas como “Abrazado a ti”, “Ya no me llames”, “No me culpes por sentir” o esa que se volvió himno desde que la soltó: “Vámonos a Marte”, con toda la Arena cantándola como si fuera una carta que nunca se mandó.

Kevin no solo trajo su característico estilo indie folk que tanto queremos, también compartió momentos íntimos, risas nerviosas, agradecimientos sinceros y ese mood de “estoy triste, pero en paz” que tanto lo define. Cada acorde, cada verso, se sintió como si te lo estuviera cantando directo en el patio de tu casa.

Con un setlist de más de 20 canciones, incluyendo rolas como “Ultra Sodade”, “Travis y Hunter”, “Peregrinos”, “Amor viejo” y “San Lucas”, el público no paró de corear, llorar tantito (o mucho) y abrazarse entre compas o parejas. Porque si algo tiene Kevin, es que hace que todo se sienta más real, más sensible, más de neta.